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EDUCACIÓN Y SOCIEDAD
MIS MEMORIAS DE AULA
Mª JESÚS ÁLAVA REYES,
Psicóloga
Una etapa feliz y maravillosa, así recuerdo mi
época escolar, asistí a los colegios “Luz
Casanova” y “Lope de Vega”. En las clases dis-
frutaba porque podía hablar de temas diferen-
tes, teníamos debates entre las alumnas y los
profesores y hablábamos sobre temas de ac-
tualidad, pero mis asignaturas favoritas eran
matemáticas e historia.
Lo que más me gustaba del recreo era poder ju-
gar al baloncesto y a otros deportes, y charlar
con las compañeras
Los exámenes eran para mí una forma de obli-
garme a estudiar y a mis compañeras las re-
cuerdo por sus peculiaridades, sus diferencias y
su amistad entrañable en algunos casos (amis-
tades que permanecen en la actualidad)
Mis profesores eran tan distintos... desde los más participativos, hasta los más impositivos, porque la dis-
ciplina era un valor en nuestra época.
En una ocasión me castigaron a copiar 10 veces un tema, por no llevarlo preparado, y otra vez intentaron
un castigo mayor porque habíamos acordado con la profesora de literatura irnos con ella al cine, una tarde
de colegio, para ver “Adiós, cigüeña, adiós”. Finalmente, la directora no llevó adelante el castigo (en aquel
momento yo era delegada de curso y traté de defender con mucha convicción nuestro acuerdo). En clase
ya me llamaban “la periodista” porque ya apuntaba maneras.
Si volviera al colegio haría que las clases fueran más participativas, que enseñasen a pensar, a razonar, a
observar… y nunca usaría el miedo como método de enseñanza.
Como anécdota tengo que decir que era una niña bastante movida y traviesa, pero me pasé más de un
año escayolada por una rotura de fémur con muchas complicaciones. Entonces tenía sólo 7 años y fue una
experiencia dura, pero ahí, en la cama, APRENDÍ QUE INCLUSO EN ESA SITUACIÓN PODÍA ELEGIR. Podía
pasarme los días fastidiada y triste por no poderme mover, o podía tratar de disfrutar, a pesar de mis li-
mitaciones.
En ese largo año desarrollé mi imaginación al máximo. Mi mente ganó en rapidez, para tratar de com-
pensar mi inmovilidad física. Potencié mi
sentido del humor: me reía de mí misma
cada vez que no podía alcanzar algo, me
sentía una heroína que superaba las ma-
yores dificultades y me di cuenta que te-
nía un privilegio: como no me podía mo-
ver, siempre me llevaban donde estaba el
resto de la familia. Aprendí a tener pa-
ciencia. Desde mi atalaya, desde mi for-
zada quietud, me resultaba más fácil ob-
servar, analizar y razonar, y traté de apren-
der al máximo de todo lo que veía y escu-
chaba.
Aquellos años fueron determinantes para
mí, quizás hoy sería más inválida, si no me
hubiera roto los huesos de pequeña.
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JUNIO 2011