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Opinión


       escolares, al calor de la incertidumbre preelectoral y al margen de
       los profesionales de la educación.
       Un interesante panorama laboral se abre ante quienes –descono-
       cedores de la realidad de las aulas, sobre la cual pontifican– en-
       gordan su currículum a fuer de ponencias, foros, observatorios,
       jornadas, debates, publicaciones, cursos, cursillos. Cuando se en-
       cuentran, en un cruce de caminos, con los tradicionales objeto-
       res ideológicos del conocimiento, la responsabilidad, el estudio,
       la disciplina, el respeto a compañeros y profesores, el esfuerzo en
       todas sus formas, se produce un momento estelar, una sinergia
       cuyo resultado es la tormenta perfecta.

       Reconozcamos que ni los más acérrimos defensores del “deber
       cero” rechazan toda forma de esfuerzo, pues seguramente admi-
       tirán sin rechistar que los cracks del deporte deben dedicar inter-
       minables horas y sudor a su mantenimiento en óptima forma,
       pues ello, sumado a sus condiciones personales excepcionales, nos
       brinda inolvidables momentos de excelencia. Término este úl-
       timo que, fuera del contexto deportivo, también está estigmati-
       zado. Celebremos entonces que el sentido del deber, el cumpli-
       miento de las obligaciones, la responsabilidad de defender unos
       colores, la satisfacción por el trabajo bien hecho encuentren, al
       menos en este campo, un islote de valoración.
       “Y para todo lo demás, el Sr. Google”, diríamos parafraseando la
       publicidad de una conocida tarjeta de crédito. Ya los alumnos no
       se ven obligados a periplos “estresantes” por el molesto soporte
       papel ni en silenciosas bibliotecas lo que este señor brinda con
       más velocidad que certeza. Tanto da. La seriedad de la informa-
       ción es pecata minuta, ya que el “conocimiento” recién estrenado
       se compartirá con otros cibernautas igualmente desinformados.
       Vamos alegremente por la vía de librarnos definitivamente de la
       antigua memoria, que retenía lo que comprendía tras un análisis
       y, a veces, también mediante la denostada repetición (a la que tan
       afectos son los deportistas de élite, en quienes sí la damos por
       buena). Solo esperamos que los cirujanos del futuro, ante el
       cuerpo abierto de un confiado paciente, no comiencen a investi-
       gar en la pantalla el protocolo a seguir.
       Y por este camino florido creen algunos que los niños y jóvenes
       alcanzarán ¿la madurez? No, la felicidad, ese claro objeto de de-
       seo que debe alcanzarse en plenitud en la etapa escolar, según
       ellos. Entendiendo, sin duda, que la dicha es sinónimo de haberse
       convertido los alumnos –olvidemos el incómodo participio ac-
       tivo “estudiantes”– en el ombligo del mundo. Nada debe alterar
       la paz de estos paradójicos nuevos seres que nacen ya viejos, pues
       el estado que se pretende para ellos más tiene de desideratum de
       un tranquilo reposo en la ancianidad que de aspiración al creci-
       miento personal mediante la formación de la personalidad y la
       adquisición de conocimientos esenciales para el futuro personal
       y social.
       Duele pensar que estos niños y jóvenes tendrán por anticuado o
       enemigo a quien les diga que un escollo es un estímulo; un obs-
       táculo, un desafío para crecer; un límite, un incentivo para con-
       solidar su voluntad. Y que, en la superación de las propias caren-
       cias y el desarrollo de las potencialidades intelectuales, emocio-
       nales, sociales que toda persona encierra, una auténtica mina de
       bienes, radica, en buena medida, la felicidad.

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