Page 29 - anpe_546
P. 29
La firma invitada
EL REY, EL PIRATA Y
EL PROFESOR
Por Joâo Ruivo, director del Instituto Piaget de la
Universidad de Almada (Lisboa).
Érase una vez una parábola que decía más o menos así:
En una isla lejana, gobernaba un rey amigo de la di-
versión, de la buena mesa y de la riqueza de los bie-
nes terrenos y cuya honra no le permitía trabajar.
También consideraba deshonroso que sus familiares
y el vastísimo séquito de sus súbditos osaran ganarse Ante tan imprevista desgracia, dos piratas se acer-
el pan con el trabajo diario, que era considerado un caron al rey y le anunciaron que ese mismo día se
asunto menor, despreciable, impropio y destinado terminaban los créditos y a partir de ahora eran ellos
exclusivamente para quienes no habían tenido la mismos quienes pedían ayuda al poder: era necesa-
suerte de acogerse en el cálido seno del poder. Es rio mucho dinero para reconstruir la armada y re-
decir, el trabajo era el oficio de los que obedecían y capitalizar a los corsarios. Sin esa ayuda, éstos no po-
el demérito de los que mandaban drían acumular nuevamente las riquezas y bienes
que les permitirían volver a financiar los gastos del
Para sufragar los gastos de su ocio y su alimento, el
rey y de su corte.
rey establecía frecuentes y cada vez más pesados im-
puestos, tasas y peajes sobre aquellos que depen- El rey, pensando que el modelo de reglas de convi-
dían del rendimiento de su ardua labor. vencia pacífica que durante tantas décadas había
sustentado su reinado, y por el cual había recibido
Los mares que rodeaban la isla estaban infestados
tantos elogios de sus más iluminados intelectuales,
de piratas que asaltaban y robaban a placer a cual-
decidió rehabilitar a los piratas y envió para los cam-
quier barco que se les aproximase - incluso si lo ha-
pos a sus ejércitos, con la orden de esforzarse en re-
cían para pedir socorro o en busca de ayuda -, y con cabar más impuestos, tasas y peajes a los trabaja-
demasiada frecuencia invadían las aldeas de la costa dores, e incluso obligando a recoger todos los ani-
para saquear los pocos haberes de los incautos ciu- males y plantas que pudiesen ser objeto de com-
dadanos. De esa manera, habían acumulado bienes praventa en los mercados tradicionales.
y riquezas incalculables, dinero fácil, tierras, mayor-
domías y beneficios fiscales. Pero cuando estaban en Con esa sabia decisión, y a pesar de la lenta agonía
tierra con sus familias, se hacían pasar por discretos de los oficios, de los artesanos y los menestrales, a
y honrados ciudadanos, que habían mejorado un pesar del progresivo abandono de las tierras y los
poco su destino con mucha laboriosidad y un poco comercios; a pesar del hambre, la enfermedad y la
de suerte. extrema pobreza en que se sumergió el reino; a pe-
sar de todo eso, el rey, su corte y los piratas consi-
Como los gastos del rey y de sus ministros crecían en guieron estabilizar sus economías y regresar al afa-
proporción directa a su ambición, y los ingresos ya mado modelo de normalidad con que sus vidas ha-
raramente llegaban a cubrir los gastos permanen- bían sido agraciadas.
tes, comenzó a convertirse en costumbre que la
¿Y el profesor? Se preguntarán los más atentos al tí-
corte solicitase a los piratas créditos y préstamos que
tulo de esta parábola.
estos les concedían a cambio de favores inconfesa-
bles e intereses incalculables. Como el rey y la corte se dieron cuenta enseguida
de que los piratas, a pesar de ser incultos e iletra-
Esta pasó a ser la regla de la convivencia pacífica en- dos, habían conseguido amasar grandes fortunas y
tre la corte y los piratas, lo cual llevó a crear un mo- honores sin el recurso de los oficios de las letras, las
delo de sociedad ferozmente defendido, estudiado, artes o las ciencias, mandaron un buen día cerrar la
elogiado y publicitado en vastísimas obras cuyos au- escuela y así detener ese gasto inútil.
tores eran los escritores al servicio del reino.
Pero para que el profesor no fuese a crear ningún
Un día, sin embargo, sucedió que la codicia de los desorden público, o alguna algaraza por sentirse in-
piratas y sus continuas embestidas a navíos, tierras necesaria, desmerecida e indebidamente desocu-
y gentes, les impidió prever el furor de una terrible pado, lo desterraron a una inhóspita costa y lo obli-
tempestad que, en un solo día, devastó toda la flota garon a sentarse el resto de su vida en un peñasco
y los dejó sin medios para continuar navegando. frente al mar para que viera pasar los barcos. 29
DICIEMBRE 2011