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La firma invitada




       EL REY, EL PIRATA Y

       EL PROFESOR

       Por Joâo Ruivo, director del Instituto Piaget de la
       Universidad de Almada (Lisboa).


       Érase una vez una parábola que decía más o menos así:
       En una isla lejana, gobernaba un rey amigo de la di-
       versión, de la buena mesa y de la riqueza de los bie-
       nes terrenos y cuya honra no le permitía trabajar.

       También consideraba deshonroso que sus familiares
       y el vastísimo séquito de sus súbditos osaran ganarse  Ante tan imprevista desgracia, dos piratas se acer-
       el pan con el trabajo diario, que era considerado un  caron al rey y le anunciaron que ese mismo día se
       asunto menor, despreciable, impropio y destinado  terminaban los créditos y a partir de ahora eran ellos
       exclusivamente para quienes no habían tenido la  mismos quienes pedían ayuda al poder: era necesa-
       suerte de acogerse en el cálido seno del poder. Es  rio mucho dinero para reconstruir la armada y re-
       decir, el trabajo era el oficio de los que obedecían y  capitalizar a los corsarios. Sin esa ayuda, éstos no po-
       el demérito de los que mandaban                 drían acumular nuevamente las riquezas y bienes
                                                       que les permitirían volver a financiar los gastos del
       Para sufragar los gastos de su ocio y su alimento, el
                                                       rey y de su corte.
       rey establecía frecuentes y cada vez más pesados im-
       puestos, tasas y peajes sobre aquellos que depen-  El rey, pensando que el modelo de reglas de convi-
       dían del rendimiento de su ardua labor.         vencia pacífica que durante tantas décadas había
                                                       sustentado su reinado, y por el cual había recibido
       Los mares que rodeaban la isla estaban infestados
                                                       tantos elogios de sus más iluminados intelectuales,
       de piratas que asaltaban y robaban a placer a cual-
                                                       decidió rehabilitar a los piratas y envió para los cam-
       quier barco que se les aproximase - incluso si lo ha-
                                                       pos a sus ejércitos, con la orden de esforzarse en re-
       cían para pedir socorro o en busca de ayuda -, y con  cabar más impuestos, tasas y peajes a los trabaja-
       demasiada frecuencia invadían las aldeas de la costa  dores, e incluso obligando a recoger todos los ani-
       para saquear los pocos haberes de los incautos ciu-  males y plantas que pudiesen ser objeto de com-
       dadanos. De esa manera, habían acumulado bienes  praventa en los mercados tradicionales.
       y riquezas incalculables, dinero fácil, tierras, mayor-
       domías y beneficios fiscales. Pero cuando estaban en  Con esa sabia decisión, y a pesar de la lenta agonía
       tierra con sus familias, se hacían pasar por discretos  de los oficios, de los artesanos y los menestrales, a
       y honrados ciudadanos, que habían mejorado un   pesar del progresivo abandono de las tierras y los
       poco su destino con mucha laboriosidad y un poco  comercios; a pesar del hambre, la enfermedad y la
       de suerte.                                      extrema pobreza en que se sumergió el reino; a pe-
                                                       sar de todo eso, el rey, su corte y los piratas consi-
       Como los gastos del rey y de sus ministros crecían en  guieron estabilizar sus economías y regresar al afa-
       proporción directa a su ambición, y los ingresos ya  mado modelo de normalidad con que sus vidas ha-
       raramente llegaban a cubrir los gastos permanen-  bían sido agraciadas.
       tes, comenzó a convertirse en costumbre que la
                                                       ¿Y el profesor? Se preguntarán los más atentos al tí-
       corte solicitase a los piratas créditos y préstamos que
                                                       tulo de esta parábola.
       estos les concedían a cambio de favores inconfesa-
       bles e intereses incalculables.                 Como el rey y la corte se dieron cuenta enseguida
                                                       de que los piratas, a pesar de ser incultos e iletra-
       Esta pasó a ser la regla de la convivencia pacífica en-  dos, habían conseguido amasar grandes fortunas y
       tre la corte y los piratas, lo cual llevó a crear un mo-  honores sin el recurso de los oficios de las letras, las
       delo de sociedad ferozmente defendido, estudiado,  artes o las ciencias, mandaron un buen día cerrar la
       elogiado y publicitado en vastísimas obras cuyos au-  escuela y así detener ese gasto inútil.
       tores eran los escritores al servicio del reino.
                                                       Pero para que el profesor no fuese a crear ningún
       Un día, sin embargo, sucedió que la codicia de los  desorden público, o alguna algaraza por sentirse in-
       piratas y sus continuas embestidas a navíos, tierras  necesaria, desmerecida e indebidamente desocu-
       y gentes, les impidió prever el furor de una terrible  pado, lo desterraron a una inhóspita costa y lo obli-
       tempestad que, en un solo día, devastó toda la flota  garon a sentarse el resto de su vida en un peñasco
       y los dejó sin medios para continuar navegando.   frente al mar para que viera pasar los barcos.       29
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