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La firma invitada






               En la vida de todo hombre hay mujeres que   consuelo. Sin Amparo Ibáñez, sin sus explica-
               lo marcan para siempre. Eso incluye a madres,  ciones y su inteligencia, sin su fe imbatible en
               esposas, hijas, amantes o cualquier otra varie-  los once muchachos que, con ella, analizaban
               dad imaginable del asunto. En ocasiones, al-  fascinados el último detalle de cada catedral,
               gunos individuos más o menos afortunados    cada escultura y cada cuadro, mi vida sería hoy,
               vislumbran claves ocultas, secretos de la vida  seguramente, muy distinta. Con la mirada que
               a través de los ojos de esas mujeres. Llegan a  esa mujer me educó pude escribir, más de
               conocer mejor el mundo y a ellos mismos gra-
                                                           veinte años después, La tabla de Flandes: la
               cias a lo que ven o creen ver en la mirada de  historia de una joven que mira un cuadro
               ellas, y también en sus actitudes, sus palabras
                                                           como quien descifra un enigma, del mismo
               y especialmente sus silencios. Alguna vez es-  modo que, gracias a mi profesora, aprendí yo
               cribí, o dije, que nadie habla con silencios me-
                                                           a mirar con diecisiete o dieciocho años. Y tam-
               jor que las mujeres. O con palabras, cuando se
               ponen. Sobre todo si salen al palenque hartas,  poco, sin esa mirada que luego contempló co-
                                                           sas que nada tienen que ver con la Historia del
               fatigadas o heridas.
                                                           Arte –aunque en el fondo quizá tengan que
               Hoy quiero contarles de una mujer que marcó  ver, y mucho–, habría podido escribir más tarde
               mi vida. Su nombre figura en libretas de apun-  la novela que llamé El pintor de batallas sin
               tes que conservo desde hace más de cuarenta  que haya nada casual en la elección del título:
               años, y que contienen las notas que tomé en  la historia del hombre que, encerrado en una
               6.º y Preu sobre Historia del Arte. Por aquel  torre circular, pinta en sus muros la fotografía
               tiempo yo era un jovenzuelo insolente con la  que nunca logró hacer: el paisaje-resumen de-
               mochila llena de libros, a punto de viajar a la  vastado, monótono, implacable, de todo el ho-
               isla de los piratas. Me habían echado de los  rror y todas las guerras.
               Maristas y conseguí asilo en el Instituto de
               Cartagena. Sólo éramos once en Letras, y los  Hace algún tiempo, cuando firmaba libros
               profesores de Literatura, Latín, Griego,    después de presentar una de mis novelas en
               Filosofía e Historia, también recién llegados,  Valencia, vi a Amparo Ibáñez en la cola de lec-
               resultaron jóvenes y brillantes. Nos dieron tres  tores, aguardando paciente con un libro en las
               años de felicidad intelectual con alicientes ex-  manos. No la había vuelto a ver desde el
               tras: Gloria, la profesora de Griego, usaba mi-
                                                           Instituto, pero la reconocí en el acto: delgada,
               nifaldas de vértigo y tenía unas piernas es-  menuda, tímida. Estoy lejos de ser un fulano
               pectaculares; y la profesora de Historia del
                                                           de lágrima fácil; pero verla allí, como uno más,
               Arte era dulce, tímida y sabia. Se llamaba  me conmovió las entrañas. La cola de lectores
               María Amparo Ibáñez; y, como digo, conservo
                                                           era interminable: había mucha gente espe-
               sus apuntes porque son metódicos y perfectos.
               Todavía ahora, cuando necesito refrescar un  rando una dedicatoria, y yo me iba esa misma
               dato de modo urgente, acudo a ellos antes   noche. Así que hice cuanto pude. Como siem-
               que al Summa Artis, al Espasa o al René     pre firmo de pie, no tuve que levantarme.
               Huyghe. Por eso siguen al alcance de mi     Hablé atropelladamente de lo mucho que mis
               mano, en el estante más próximo a la mesa   libros y mi vida le debían. De la deuda in-
               donde trabajo.                              mensa y del indeleble recuerdo. Ella asentía
                                                           complacida de escuchar aquello, mientras yo
               Esa profesora nos enseñó a mirar a través de  garabateaba unas líneas apresuradas en la pá-
               sus ojos: arquitrabes, volutas, arbotantes, fres-  gina de cortesía de la novela. Después la besé
               cos, veladuras, adquirieron sentido gracias a su  y me quedé mirándola un momento, con do-
               inteligencia paciente. Ella nos llevó de la mano  lorida impotencia, antes de atender al si-
               desde el arco de adobe a la nervadura gótica,  guiente lector que aguardaba. Así la vi per-
               del tesoro de Atreo a la silla de Frank Lloyd  derse entre la gente, con el libro firmado que
               Wright, de la cerámica cordada a las sombras
                                                           apretaba contra el corazón. Entonces decidí
               largas de Chirico. Enseñándonos, entre otras  que alguna vez, si lograba no ponerme de-
               cosas útiles, que la Historia del Arte, como la  masiado sentimental, escribiría unas líneas
               Historia a secas, es mucho más que una disci-  como las que ahora escribo. Para decirle, al
               plina académica: es un espejo familiar donde  fin, lo que entonces no le dije.
               mirarse, un libro ameno que explica lo que fui-
               mos y somos. Un rico sedimento de siglos que
               proporciona al hombre occidental –o a lo que               XL EL Semanal, 24 de julio de 2011.
               va quedando de él– memoria, explicación y         Publicado en ANPE con autorización del autor.
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