Page 27 - anpe_543
P. 27
La firma invitada
En la vida de todo hombre hay mujeres que consuelo. Sin Amparo Ibáñez, sin sus explica-
lo marcan para siempre. Eso incluye a madres, ciones y su inteligencia, sin su fe imbatible en
esposas, hijas, amantes o cualquier otra varie- los once muchachos que, con ella, analizaban
dad imaginable del asunto. En ocasiones, al- fascinados el último detalle de cada catedral,
gunos individuos más o menos afortunados cada escultura y cada cuadro, mi vida sería hoy,
vislumbran claves ocultas, secretos de la vida seguramente, muy distinta. Con la mirada que
a través de los ojos de esas mujeres. Llegan a esa mujer me educó pude escribir, más de
conocer mejor el mundo y a ellos mismos gra-
veinte años después, La tabla de Flandes: la
cias a lo que ven o creen ver en la mirada de historia de una joven que mira un cuadro
ellas, y también en sus actitudes, sus palabras
como quien descifra un enigma, del mismo
y especialmente sus silencios. Alguna vez es- modo que, gracias a mi profesora, aprendí yo
cribí, o dije, que nadie habla con silencios me-
a mirar con diecisiete o dieciocho años. Y tam-
jor que las mujeres. O con palabras, cuando se
ponen. Sobre todo si salen al palenque hartas, poco, sin esa mirada que luego contempló co-
sas que nada tienen que ver con la Historia del
fatigadas o heridas.
Arte –aunque en el fondo quizá tengan que
Hoy quiero contarles de una mujer que marcó ver, y mucho–, habría podido escribir más tarde
mi vida. Su nombre figura en libretas de apun- la novela que llamé El pintor de batallas sin
tes que conservo desde hace más de cuarenta que haya nada casual en la elección del título:
años, y que contienen las notas que tomé en la historia del hombre que, encerrado en una
6.º y Preu sobre Historia del Arte. Por aquel torre circular, pinta en sus muros la fotografía
tiempo yo era un jovenzuelo insolente con la que nunca logró hacer: el paisaje-resumen de-
mochila llena de libros, a punto de viajar a la vastado, monótono, implacable, de todo el ho-
isla de los piratas. Me habían echado de los rror y todas las guerras.
Maristas y conseguí asilo en el Instituto de
Cartagena. Sólo éramos once en Letras, y los Hace algún tiempo, cuando firmaba libros
profesores de Literatura, Latín, Griego, después de presentar una de mis novelas en
Filosofía e Historia, también recién llegados, Valencia, vi a Amparo Ibáñez en la cola de lec-
resultaron jóvenes y brillantes. Nos dieron tres tores, aguardando paciente con un libro en las
años de felicidad intelectual con alicientes ex- manos. No la había vuelto a ver desde el
tras: Gloria, la profesora de Griego, usaba mi-
Instituto, pero la reconocí en el acto: delgada,
nifaldas de vértigo y tenía unas piernas es- menuda, tímida. Estoy lejos de ser un fulano
pectaculares; y la profesora de Historia del
de lágrima fácil; pero verla allí, como uno más,
Arte era dulce, tímida y sabia. Se llamaba me conmovió las entrañas. La cola de lectores
María Amparo Ibáñez; y, como digo, conservo
era interminable: había mucha gente espe-
sus apuntes porque son metódicos y perfectos.
Todavía ahora, cuando necesito refrescar un rando una dedicatoria, y yo me iba esa misma
dato de modo urgente, acudo a ellos antes noche. Así que hice cuanto pude. Como siem-
que al Summa Artis, al Espasa o al René pre firmo de pie, no tuve que levantarme.
Huyghe. Por eso siguen al alcance de mi Hablé atropelladamente de lo mucho que mis
mano, en el estante más próximo a la mesa libros y mi vida le debían. De la deuda in-
donde trabajo. mensa y del indeleble recuerdo. Ella asentía
complacida de escuchar aquello, mientras yo
Esa profesora nos enseñó a mirar a través de garabateaba unas líneas apresuradas en la pá-
sus ojos: arquitrabes, volutas, arbotantes, fres- gina de cortesía de la novela. Después la besé
cos, veladuras, adquirieron sentido gracias a su y me quedé mirándola un momento, con do-
inteligencia paciente. Ella nos llevó de la mano lorida impotencia, antes de atender al si-
desde el arco de adobe a la nervadura gótica, guiente lector que aguardaba. Así la vi per-
del tesoro de Atreo a la silla de Frank Lloyd derse entre la gente, con el libro firmado que
Wright, de la cerámica cordada a las sombras
apretaba contra el corazón. Entonces decidí
largas de Chirico. Enseñándonos, entre otras que alguna vez, si lograba no ponerme de-
cosas útiles, que la Historia del Arte, como la masiado sentimental, escribiría unas líneas
Historia a secas, es mucho más que una disci- como las que ahora escribo. Para decirle, al
plina académica: es un espejo familiar donde fin, lo que entonces no le dije.
mirarse, un libro ameno que explica lo que fui-
mos y somos. Un rico sedimento de siglos que
proporciona al hombre occidental –o a lo que XL EL Semanal, 24 de julio de 2011.
va quedando de él– memoria, explicación y Publicado en ANPE con autorización del autor.
27
SEPTIEMBRE 2011